Muchos
se preguntan por qué Boris Johnson, el primer ministro inglés, se pone
voluntariamente en ridículo.
Uno
de los ingredientes de la pregunta es que Boris nace en una familia inglesa de
multi-multimillonarios, en la creme de la creme del poder económico y social.
Debido
a que, el que nace en ese entorno social, está más allá del ridículo, porque su
maxi poder tiene como principio que no es posible hacer el ridículo.
Esto
puede parecer extraño, pero son símbolos antiguos que provienen de los tiempos
de los reyes que se consideraban descendientes de dios, por lo cual eran
perfectos e incuestionables. Incapaces por lo tanto de una posición burguesa de
hacer el ridículo. Esa posibilidad estaba en exclusividad para los seres
inferiores.
En
ese sentido, hace el ridículo porque puede darse ese lujo. Y esto produciría un
efecto en el ciudadano común, en el votante, porque Boris es la encarnación de
lo que en psicoanálisis se entiende como la falta.
Él,
como elemento ideológico del poder, es capaz de ponerse en ridículo dando una
lección de poder. Como si dijera: Ud. y yo no somos los mismos. Con lo cual
ejerce un efecto de dominación, o al menos se dirige a ello.
Se
pone en el lugar de la falta, de la imperfección, para terminar haciendo sentir
que el ridículo es el opositor.
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