“Pecos Bill, lo digo yo, fue
el vaquero más auténtico que existió. Cuando estaba medio muerto, pegó un tajo
en el desierto y ese día el Río Bravo allí nació”.
(Cancionero popular).
Lo que queremos decir con la palabra ´paraquellas´
es que se impone un interrogante sobre el sentido cultural y mental de la paz y
de la guerra. ¿Para qué ellas?.
El
poeta determina la realidad.
Nuestra propuesta consiste en pensar la
psique del ser humano desde el punto de vista de que el ser humano es un poeta inconsciente.
Que sea inconsciente, no significa que la
cuestión sea menor sino por el contrario, mayor, porque el inconsciente
determina el sentido que la consciencia tiene de la realidad. El poeta
determina la realidad.
Cuando
se reprime el poeta surge la violencia.
Cuando se reprime el poeta, surgen tendencias
violentas. No niego la presión de lo social, por el contrario, la considero en
sus dos dimensiones, material y psíquica, los dos aspectos en que se conforma
la realidad, según Freud.
El ser poeta del hombre, en el fondo
significa que nuestra visión del mundo, como un poema que se escribe
permanentemente, cambia todo el tiempo; por lo que al cerebro humano sólo le quedan
dos posibilidades, encontrar la música de este flujo permanente o tratar de
paralizarlo mediante la violencia.
Todo intento de frenarlo es ya en sí misma violenta,
porque se detiene un movimiento material de la naturaleza del sujeto.
La actitud violenta está siempre buscando
detener el movimiento del interior del sujeto, debido a que la persona siente
vértigo, como si se sintiera como los marineros de Colón, que temían caer por
una gran catarata sin fondo.
¡Quieto
parado! Lo que mueve al violento.
Lo que mueve al violento es el intento de
cambiar al mundo de un tajo. Supone que, mediante una orden suficientemente
intensa, va a hacernos caso: ¡Quieto parado! como
dicen los hermanos ibéricos, con todo mi respeto.
Pero la idea, a mi entender, está equivocada,
la violencia puede someter, pero no convencer. Querer romper la idea es lo que
mueve al violento. Para conseguirlo, algunos llegan a unas prácticas sin
nombre.
Esta diferenciación puede tener una utilidad
psicológica.
La
seguridad que busca el violento.
Pongamos el ejemplo de un sujeto que en sus
primeros días sufrió un trauma emocional tremendo. Su madre o quien ocupaba esa
función de atraer al pequeño hacia el mundo humano, lo abandonó, por la razón
que fuera, dejando su vida invadida por el sentimiento de que nadie lo quiere.
¿Qué haríamos nosotros si estuviéramos en esa
situación? Agarrarnos a un clavo ardiendo, vale decir, lo que pudiéramos.
Cuando alguien siente que no es querido en
este mundo, queda como flotando sin tener ningún lugar.
Esto puede llevar hasta la desesperación, por
lo que su mayor anhelo será hallar algo que no se mueva, ¡por el amor de Dios!;
lo que sea con tal de que pueda sostenerme en este mundo.
Fobia
al poeta.
La
fobia al poeta se debe a que el poeta, por esencia, es movimiento permanente.
Una experiencia es traumática cuando trastoca
el pensamiento. Esta es una experiencia desgarradora, porque interrumpe el
conocimiento del amor más primario.
Si sigue a partir de allí en línea recta,
tendremos una persona afectada por una fobia inconsciente. ¿Cuál sería el miedo
de este fóbico?
Tiene miedo, evidentemente, a lo que se mueva.
Quiere y procura tener un modo de parar el mundo para sentirse seguro.
Como en aquel graffitti de los años sesenta,
escrito en un bar de Londres, que decía: “Paren el mundo, me quiero bajar”.
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