En EEUU se
produjo la desviación del psicoanálisis basado en el inconsciente, a la psicología del Yo basada en la voluntad.
Refutado por
Freud como una psicología adaptativa al sistema consumista, llegó sin embargo a
producir el siglo del Yo.
El concepto de
inconsciente se centra en que lo consciente no puede hacerse consciente y significa
que hay un enigma inalcanzable que determina las conductas del ser humano.
Pero para vender
productos en serie y armar una economía basada en el consumo masivo, es necesaria
otra idea del sujeto, que permita medir lo que las personas desean.
Con la
connivencia de los pseudo psicoanalistas del Yo, las industrias propusieron la
idea de un ser humano que pueda medirse y en consecuencia un marketing capaz de
inducir deseos.
Este Yo, entendido
como una esencia interna rodeada de una serie de capas de condicionamientos
sociales, hizo que su terapia se remita a quitarle distintas capas para llegar al
núcleo central.
Los terapeutas
del Yo más avanzados dan un paso más: Le quitan la última capa, con el supuesto
que debajo de esta no hay nada y a partir de ahí se puede uno inventarse a sí
mismo.
Este último paso
se acerca a un retorno al inconsciente del psicoanálisis, que no puede hacerse
consciente, ya que la interpretación psicoanalítica reinventa el sentido del
sujeto.
De toda esta
voltereta, el descubrimiento freudiano indica que la realidad se funda en el
deseo de… nada: Un objeto cambiante, evanescente; sin que se trate de un
nihilismo, sino de un objeto dinámico, del deseo mismo. El objeto del deseo es
desear.
Este
descubrimiento es confundido por el pensamiento post modernista con un nihilismo: Supone que no hay nada que valga la pena ser deseado.
Decía el presocrático:
nada sí, pero no nada.
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