Una respuesta: Es
lo que más vende. Seguramente es cierto pero ¿Qué está en el fondo?
Desde el punto
de vista psicoanalítico resulta interesante que en todas las películas de
asesinos haya imbricada una historia de amor.
Redirigiéndola
en este sentido nos preguntamos ¿qué tiene que ver el amor con la muerte?
Aquí nos
sentimos cerca del famoso “significante”, por el que la naturaleza del ser
humano consiste en que todo sentido producido en la conciencia está al mismo
tiempo siendo sustituido por uno nuevo.
Cerca del refrán
popular que “todo lo que sube baja” pero más radical, para dar lugar al sujeto
del inconsciente considerado como un mecanismo de reflejos.
Si un significante
es lo que representa al sujeto para otro significante:
—¿Qué es el
sujeto?
— El reflejo
entre la sucesión de los símbolos, aquello que busca su ser entre el sentido
que era y el nuevo que adviene. (“Donde eso era Yo he de advenir”. Freud). Donde
lo que nos representaba deja de determinarnos, nos determina lo que ahora nos
representa.
En esta cadena
de reflejos el sujeto encuentra su naturaleza. La de existir como una relación
entre los símbolos.
Las teorías
terapéuticas basadas en la idea del ser humano como búsqueda de sentido – como
lo propone Frankl y la logoterapia entre otros – no es que sean erróneas sino
que desde el punto de vista de la teoría del significante pueden verse como una
lectura parcial de la forma en que se produce el sujeto, al tomar solamente la
vertiente de su producción - en la emergencia del significante - y dejando de
lado su caída. En esta toma parcial del sujeto el sentido que se propone es
fijo: Vida sin muerte, subida sin caída, eros sin tánatos. En la propuesta del
psicoanálisis la subida y bajada es simultánea, dialéctica.
En este punto
vale aclarar que la pulsión de muerte es puntuación en la pulsión de vida, tánatos
puntúa eros y de esta forma le permite seguir viviendo.
Entonces:
- ¿Qué pasa con
la pregunta por la muerte al lado del amor?
- Estamos en
tiempos oscuros, insertados en una ideología de extremos. Nada nos estimula
como sujetos si no es poniendo en relación símbolos de contrastes extremos,
estamos ciegos ante los matices. Solamente en ese contraste gozamos de sentirnos
vivos.
Un tiempo menos
oscuro sería aquel en que ocurriera el amor y la creación espontáneos, en que
todo lo que produjese al sujeto fuera
marcado por un ritmo de calma.
En nuestra cultura
de contrastes esto nos suena soso y aburrido,
nos parece la muerte del sujeto, la desvalorización de la vida. Este sentimiento corresponde a la encarnadura
de los extremos que incluye como el mayor de los estímulos la violencia.
¿”Los hombres
duros no bailan”. Los duros de los contrastes, porque los duros del goce del
significante bailan con sutileza.
No es el sentido
lo que hemos de buscar para ser el sujeto que somos. Como lo enunciaba Spinoza
en el deber ser de su filosofía:
“Deberás ser lo que eres”.
Llama amor intelectualis a la pasión por el
enigma que somos, pasión a la que considera el sentido de la vida.
Buscar el
sentido nos hace asumir la vida, pero es algo a lo que la misma vida nos aboca.
Una propuesta terapéutica basada en eso sin tener en cuenta la naturaleza
evanescente del sujeto implica cierta ingenuidad y tiende a rellenar la caída
de lo que se levanta, con un sentimiento místico destinado a evitarla.
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