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sábado, 26 de julio de 2008

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE UN TEXTO DE WILLIAM OSPINA


Me ha llegado a través de amigos un texto donde William Ospina reflexiona con la profundidad a la que nos tiene acostumbrados, sobre los factores que mantienen atrapado a su país colombiano, en particular en lo que se refiere a la cultura.
En términos generales lleva a cabo una propuesta que me gusta llamar la amistad como camino. Me tomo esta libertad que espero él no vea mal.
De las varias ideas del texto, es de la amistad y la confianza semi-perdidas y su valor social, de lo que vamos a ocuparnos.
Citamos un párrafo: “Hace setenta años, en muchas regiones de Colombia, cuando una persona iba por los montes al anochecer y veía aparecer a alguien en la oscuridad, podía sentir alegría. Un desconocido era un compañero con quien sentarse a conversar. Siete décadas pasaron llevándose eso que alguna vez fue nuestro, y Colombia ha perdido casi todo el tesoro mayor que cualquier sociedad puede poseer: la confianza espontánea en los demás. Con ella perdimos la conciencia de poseer una patria, de formar parte de una comunidad solidaria. Saqueados por la historia, los hijos de Colombia deberíamos vivir hoy la urgencia de lanzarnos a la búsqueda de una confianza perdida, pero nadie conoce el camino que lleva hacia ella, porque la confianza es uno de esos extraños lazos vitales cuya realidad resulta mucho más fácil de percibir que de explicar.”
Este impresionante planteo nos sorprende por lo radical y sencillo.
Por una parte dice algo que no se puede poner en duda: Entre un mundo donde al atardecer en la mitad del monte, dos desconocidos sienten alegría ante la perspectiva de encontrarse, y otro en que la sola idea produce alarma, es evidente cual acierta y cual se equivoca.
Cuando se pregunta por la forma de recuperar la confianza, sugiere que uno de los caminos más importantes es la amistad. La amistad como un instrumento para la recuperación de la confianza perdida, de la patria perdida.
Creemos que esta propuesta de William va más allá de la crisis sangrante de Colombia y como suele ocurrir con las grandes verdades particulares, cobra valor universal, porque la patria del hombre bien puede ser ese mundo en que los humanos pueden confiar antes que sospechar los unos en los otros. Cuando sintamos con el extranjero la alegría del encuentro, tendremos otro concepto de las fronteras, que no separen sino que reconozcan diferencias, haciendo interesante la conversación por lo que tenemos en común, reconociendo en nosotros mismos el enigma esencial de nuestra naturaleza, la diferencia con el otro que nos muestra nuestro propio extranjero.

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